Hasta hace unos años atrás, la premiación de la mejor película extranjera en los Oscar nos abría la puerta para conocer recién en esa instancia mucha de la producción del cine más independiente, producido en países de habla no inglesa. Hoy en día tenemos posibilidad de acceder a esas películas antes, sea por el esfuerzo de salas no comerciales y distribuidoras que se la juegan por exhibirlas, como también (y principalmente) por la información que nos entregan las redes sociales sobre el estado de festivales y muestras de cine en todo el mundo, que hacen que se acreciente la curiosidad por ellas.

Con esto, ya hemos tenido oportunidad de ver una de las grandes favoritas para el Oscar a mejor película extranjera. La alemana “Toni Erdmann”, estrenada el año pasado, y con un paso por Cannes que le valió el premio de la prensa de dicho festival, es la que corre con mayor ventaja luego de que, por razones desconocidas, “Elle” del holandés Paul Verhoeven no fuese nominada en esa categoría.

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“Toni Erdmann” nos sitúa en una primera instancia desde la mirada de Winfried (Peter Simonischek), un padre que al enfrentarse a la relación descompuesta que mantiene con su hija Inés (Sandra Hüller), decide utilizar a su alter ego Toni Erdmann para acercarse a ella y retomar sus lazos. El padre es un bromista con vocación de tal y esto en el mundo de la hija, una ejecutiva de alto nivel en temas de lobby, parece no tener cabida.

Ambos personajes tienen roles que funcionan en espacios físicos distintos. El padre mantiene una vida con relativa paz en donde puede visitar a su madre anciana y dar clases de piano, mientras que la hija es una habitante de la gran urbe con un trabajo altamente competitivo, que debe permanentemente hacer esfuerzos por validar su liderazgo frente a polos de poder (en su mayoría masculinos, el gran problema de toda mujer exitosa en los negocios). Considerando todo eso, las formas de comunicarse de ellos son diametralmente opuestas.

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Lo anterior, que podría ser visto como un nudo complejo en el filme, es precisamente uno de los méritos de la directora Maren Ade, ya que logra que ambos personajes confluyan y que reconozcan los elementos que los hacen ser similares. Con esto, el concepto de “familia” dentro de la película se va reforzando a medida que va avanzando, porque ambos personajes, de manera muy sutil, van descubriendo elementos en el otro que les permiten identificarse entre ellos. La comunicación mutua que emerge de esta experiencia pasa por la empatía que cada uno desarrolla, pero también por el encuentro de sí mismo que cada uno realiza en el otro.

Paulatinamente, Ade va permitiendo que el foco de nuestra atención deje de ser el padre, para experimentar con la hija los cambios que se van suscitando en ella.  Sin embargo, los cambios que se generan en Inés tienen más que ver con comprobar los elementos de personalidad que su padre – y su abuela-  le han heredado. Esta sensación que se genera en el espectador, con personajes que por fuera se ven diferentes pero que en realidad son íntimamente similares, se ve potenciado por escenas que hacia el final permiten conectar los conceptos de la película.

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“Toni Erdmann” es un filme que habla desde la comedia para instalar una conversación sobre la familia, la reconexión y la pertenencia. Con todo, no cae en la sensiblería de otras historias de cambio familiar y redención. Es narración ruda, al hueso, casi formal, pero que opera desde el humor – Uno que tal vez desde nuestra visión no resulte tan comprensible – y con ello aliviana un tema que podría ser difícil de abordar. Ahí está el trabajo excepcional de Maren Ade, quien plantea con agudeza esta historia para entregar una película  muy necesaria de ver en esta temporada.

Por Alejandra Pinto López