La presencia de las mujeres en la dirección y producción de cine ha sido compleja desde que éste comenzó a ser concebido como un negocio millonario. Las formas de comunicación en este medio, eminentemente masculinas, han ido invisibilizando los temas que consideramos “de mujer”, situándolo junto a lo que entendemos como minoría y mostrándolos casi de forma permanente desde el melodrama. A la industria no le interesa la vida al interior de los mundos femeninos más allá del estereotipo, y, por lo tanto, cada vez que tenemos ocasión de ver y explorar estos espacios, se sienten como algo novedoso en el quehacer cinematográfico.

Lynne Ramsay, directora de “Tenemos que hablar de Kevin” (“We need to talk about Kevin”, 2011, UK ) se vale de la maternidad como tema de exploración para hablarnos de los tabúes que se relacionan con ella. Con una estructura anacrónica, vemos la historia de Eva Katchadourian (Tilda Swinton) quien debe enfrentar sus propias dudas como madre a propósito de la relación dramática y perversa que ha establecido con su hijo Kevin (Ezra Miller), casi de forma inconsciente.

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Eva no responde al canon femenino que nos ha impuesto el cine hollywoodense. Desde su recuerdo comenzamos a conocer los hechos que la han llevado al lugar donde está ahora, sola, buscando trabajo, desprolija y debiendo enfrentar el odio de la comunidad donde vive por razones que iremos descubriendo de a poco. Tendremos la primera señal al poco tiempo de transcurrida la película: Kevin está en la cárcel, en una correccional de menores. Tiene 17 años. ¿Qué hizo para estar ahí? ¿Tiene Eva algún grado de culpa por ello?

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Ramsay realiza un filme en que precisamente es la culpa lo que cruza toda la historia, partiendo por la forma en la que Eva enfrenta su relación con sus hijos y con el resto de las personas. Es ella quien va revisando paso por paso sus disconformidades frente a la estabilidad familiar que se le impone, el rol culturalmente asignado a la mujer y , por supuesto, la maternidad. Sin embargo, y pese a todos sus cuestionamientos, no puede desprenderse de ello, del “deber ser” que la obliga, por ejemplo, a limpiar la fachada de su casa después de un ataque de sus vecinos, como un símbolo de que lo formal debe ser preservado, mientras lo viseral se mantiene alejado de los ojos de los demás.

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Lo que Ramsay logra en este filme es traspasar el mundo interno de Eva a la pantalla, a través de un montaje y una fotografía que da cuenta de sus estados emocionales. Tilda Swinton, quien parece haber sido tocada por el dios de la interpretación, nos da un personaje que a primera vista es frío, pero que esconde un dolor y un conflicto que se transmite todo el metraje. Swinton logra además que empaticemos con su situación hasta el punto de entender todas sus motivaciones, y, al igual que ella, tratemos de reorganizar y repensar nuestros conflictos y prejuicios con el tema que nos presenta.

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En “Tenemos que hablar de Kevin”, el drama y el terror se cruzan y se toman la historia por igual. No apta para almas sensibles o amantes del establishment, nos permite tener una visión distinta y rupturista acerca de temas que en lo concreto son cotidianos, pero que rara vez podemos ver en la pantalla grande. Ahí radica la grandeza de esta película, que, de alguna forma, se hace cargo y se vuelve responsable de esta mirada, volviendo a usar el cine como un espejo de la realidad en que vivimos.

Por Alepin

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