Podría partir esta reseña diciéndoles que vean este documental porque en febrero pasado ganó el Oscar a Mejor Documental, o tratar de convencerlos acotando que su director es el mismo que realizó la joyita de documental sobre Ayrton Senna, y que también ganó muchos premios. Pero no, apelaré a que lo que les diga de este documental los convenza de que deben verla. DEBEN. Imperativo.
Quizás, válidamente, les pasó que apenas se supo que se haría un documental de Amy Winehouse, exclamaron “¡Otra vez, de nuevo sacándole plata a la pobre flacuchenta inglesa!”. Y los entiendo, porque ya se habían hecho documentales sobre la compositora y en todos ellos era evidente que su familia estaba pensando más en lucrar, aún más, con su demacrada imagen que en rendir homenaje o en mostrarla en su dimensión real, dentro y fuera del escenario.
Y no, afortunadamente nos equivocamos. Asif Kapadia deja en claro desde un comienzo que el hilo conductor de este documental sería su música y su vida más allá de la prensa, y lo cumple a cabalidad. El documental empieza con una grabación en video casero donde se ve a una joven Amy cantando a la cámara la archiconocida “Happy Birthday” a su amiga Laureen en un pijama party. Que el jazz sea lo que predomine en esa interpretación es solo un indicio de lo que se ve en el film: el jazz es el copiloto en la vida de la pequeña Amy, su inspiración y una vía de escape. Con el jazz aprendió a cantar, y los discos de sus ídolos Sarah Vaughan y Tony Bennett, por nombrar a algunos, fueron su propia escuela de canto. Una muy personal y solitaria escuela de canto diaria.
El documental no escatima en mostrar los momentos en que la propia Amy cuenta su historia y poder oírla cantar a capella los temas que ensaya o solo reclamar porque algo no le parecía bien. No pretende mostrar lo archiconocido: a Kapadia no le interesa cumplir el mismo rol arrogante de la televisión de creer poseer el derecho de hacer comedia de una tragedia conocida a estas alturas. Prefiere, en cambio, mostrar lo más íntegramente posible la personalidad de una artista como ella: inteligente y dinámica, fuerte ante el mic, admirada por todos los profesionales que trabajaron con ella por su talento monumental y profesionalismo pero frágil, vulnerable e ingenua ante la vida, cuyos excesos, adicciones y problemas alimenticios tiñeron de crudeza la genialidad compositiva con la que escribió Back to Black, el disco que la catapultó a la fama y a su propio abismo. Y es al ver este documental que uno entiende que para una artista como ella no fue difícil llegar a hacer un disco maestro como este, porque esencialmente era su vida: un disco sencillo en todas sus líneas, sin pretensiones, sincero y líricamente desgarrador, como el buen blues. Es Amy Winehouse, profesional y devota en mostrar en sonidos su propia espiral descendente, donde las letras de sus temas fueron su biografía autorizada, escrita de su puño y letra en 11 capítulos, donde nos cuenta que pasaba por ese momento en su cabeza y que ayuda requería. Porque este documental, entre otras cosas, ayuda a entender cuáles fueron los demonios de Amy; entiendes porque Rehab tiene un valor agregado, porque You Know I’m No Good se siente tan real y sin poses, porque Back to Black es su elegía en vida. Porque más allá de lo buenos que puedan ser como singles y de la trascendencia de la cantante para la música de ésta década (y en palabras de uno de sus ídolos, Tony Bennett, para la música en general), es Amy borrando la línea entre su música y su vida real.
Pero el director no se queda solamente en la exhaustiva labor de repasar la corta e intensa carrera de Amy Winehouse, Asif Kapadia dedica contundentes minutos a analizar su lado más mundano, el de una víctima de bulimia y depresión, para poner en la mesa que la adicción es en definitiva una enfermedad silenciosa, que te come cuan si fuera una bacteria, invadiendo una luz que proyectaba talento y mucha pasión como la de Janis Joplin, Hendrix o Morrison, curiosamente sus compañeros en el Club de los 27, como si la estuvieran esperando precisamente a ella para unirla a sus filas. Y es en momentos como estos donde el documental comienza a ponerse cada vez más agridulce, al darte cuenta que era cosa de tiempo para que pudiera sobrellevar todo, solo un poco más de cariño consigo misma, un poco de apoyo de su familia, hubiera bastado para tener Amy para rato. Y es donde Kapadia, sabia y sutilmente, hace hincapié en que lo que más amas te puede matar. Todas esas personas, personajes, que te impulsan a ir más rápido de lo que tu cuerpo puede aguantar. Quizás le pasó esto a Amy. No supo sobrellevar el éxito y la fama que conlleva un disco como Back to Black, y la libertad que pensó que podría tener le pasó la cuenta en descontrol y en falsos amores disfrazados de complicidad, a los cuales se volvió adicta como al alcohol. Si, te hablo a ti, Blake Fielder. Espero te sientas bien sabiendo que siempre fuiste una garrapata.
Dije al principio que esperaba que estas líneas los motivaran a ver un documental que DEBEN ver. Y lo vuelvo a decir. DEBEN verlo. Sé que quizás es difícil estar dispuesto a ver otro material sobre una artista que probablemente (como todos los del Club de los 27) tendrá más discos póstumos que en vida, de la cual han sacado y sacarán más dinero las garrapatas que la rodearon, partiendo por su familia. Pero creo que Asif Kapadia hizo un trabajo sólido y poderoso para recordar a Amy Winehouse como una genio del Jazz y el R n’ B, como alguien que hasta el último momento quiso volver a su amor verdadero, la música, pero su cuerpo, su vida, y las masas sabotearon su posibilidad de ser capaz de lidiar con su propia vida. A veces creo que tuvimos cierta culpa de lo sucedido, en comprar portadas de diario mostrando su caída libre, o reírnos porque aparece cada día más delgada, demacrada y cubierta de sangre, saliendo de un hotel londinense. Esas cosas son accesorias. La música es y será siempre lo principal.
Por Natalia Martínez