La sobre estimulación a la que nos enfrentamos como espectadores de imágenes, de todo tipo y en todas partes, hacen que cada vez sea más demandada una forma de hacer cine que nos muestre escenas apretadas, en las que siempre debe estar “pasando algo”. Las transiciones al estilo del cine clásico son cada vez más incomprendidas, porque lo que antes era visto como un valor – el poder “respirar” mientras vemos la película – hoy se ha convertido en un elemento no deseado por los espectadores. Tenemos entonces una gran dotación de cintas que cumplen con su cometido, con entretención extrema, grandes sobresaltos, amores que nacen y mueren en diez minutos; mucha forma, pero por lo general, poco fondo.
Curiosamente, es eso lo que se le ha criticado a “Viene de Noche” (2017) anunciada como la gran película de terror del año y avalada por la experiencia que hemos tenido con su estudio A24, responsable de joyas como Moonlight y The Witch. Cuando digo “curiosamente” es porque se le ha acusado de tener más forma que fondo, con una historia aparentemente simple sobre una familia intentando sobrevivir al apocalipsis. Las razones de esta crisis no están claras, y es precisamente eso lo que nos permite empatizar con la familia desde el primer minuto, porque como espectadores tenemos un nivel de información tal que nos obliga a estar alerta todo el tiempo.
El director Trey Edward Shults, quien antes había dirigido Krisha – se encuentra en Netflix – se cuelga de esa tensión para construir un relato donde cada movimiento está estudiado para provocar una reacción en el espectador. Shults, quien también es el guionista, no es condescendiente con sus personajes ni con su público. Lo suyo es mantener el terror suspendido mientras nos quita piso y contexto, no permitiendo saber hacia dónde va su historia. Como espectadores nos sentimos atrapados al igual que sus personajes, caminando entre paredes estrechas, oscuras o apenas iluminadas por luz artificial. El exterior se siente como una amenaza, un lugar donde no es seguro estar y desde ahí, cualquier persona se convierte en un “otro”. La atmósfera está instalada.
Ha sido interesante ver como de a poco, las películas de terror que hemos visto en pantalla se están haciendo cargo de mostrar temores reales y cotidianos de los que no siempre nos hacemos cargo. La desconfianza, la incomprensión por el otro, el odio racial, temas que han sido brillantemente ejemplificadas en películas como la ya nombrada The Witch y Get Out son temas que también aparecen aquí, con una diferencia fundamental; mientras en The Witch su director dependía del ojo del espectador – de su perversión también – para generar la tensión, o Get Out exigía una cierta conformación valórica de parte de su público, en Viene de Noche existe una noción de cómo generar una gama de sensaciones a través del uso integral su fotografía, su música y su guión. La sensación de asfixia que se provoca en quien la ve es algo que tenemos pocas oportunidades de ver en el cine, y de alguna forma la propuesta genera ese resultado porque más allá de su historia central, el director se enfoca en provocar 90 minutos de tensión y terror puros. La experiencia cinéfila, entonces, se carga de esa atmósfera y el espectador puede decidir si seguir con ella o derechamente, salir de la sala.
Viene de Noche es mucho más que una película de terror. Es una obra que extrema el uso de la imagen en movimiento y el sonido para provocar sensaciones mentales y físicas en sus espectadores. Es una experiencia de horror que la convierte en un filme imperdible para esta temporada, recurriendo a nuestros temores atávicos para hacernos parte de ella. Es nuevamente, instalar esas verdades incómodas en el cine.
Por Alejandra Pinto