Para hablar de Velvet Goldmine quiero explayarme porque:
a) Es una joyita,
b) Todo lo que pasa en ella me hace sentido y
c) Debe ser una de las películas que más disfruto ver en la vida.
Sin embargo, para poder desarrollar todo, voy a tener que dividir el tema en dos partes. No puedo hacerlo de otra forma, porque incluso en mi cabeza, estas son dos cosas distintas y no conversan (mucho) entre ellas. Me disculparán entonces. Procedamos.
1. Caldos de cabeza, David Bowie, los extraterrestres y Dios.
Hace unos días sufrimos la muerte de quien en vida fue lo más parecido que jamás vi a un profeta. David Bowie no solo revolucionó la música y la forma en la que la entendíamos, sino que además, su presencia nos daba la posibilidad de explorar sensibilidades que no conocíamos. A él se le ocurrió explotar esa imagen andrógina, circular entre el teatro, la música, el diseño, poner en relevancia lo bello. El mundo tiene momentos verdaderamente feos, pero todo lo que hacía Bowie permitía que las cosas fuesen más hermosas. Con él aprendimos a apreciar lo distinto y luchar contra la uniformidad.
Una de las cosas que más me han llamado la atención en estos días ha sido el fervor casi religioso que ha despertado su partida. He escuchado a gente seria y respetada consolarse diciendo que seguirá escuchando y llorando a Bowie “hasta que vuelva” (y repentinamente todos, incluso los que no creemos en Dios y en todo eso, miramos la promesa de la resurrección con ojos distintos). Otros, declaran que Bowie no murió, sino que fue abducido para volver a su planeta. No voy a ponerlo entre comillas, porque la gente que lo dice también cree que un sujeto como ése no puede haber sido humano, tiene que ser de otra parte, y obviamente su civilización debe contar con platillos voladores y ser mucho más avanzada que la nuestra. El resto ha lanzado cosas por el estilo, así que por ahí van todas las conversaciones.
Pensaba en aquello cuando me acordé de la primera entrada de Velvet Goldmine: un platillo volador en la época victoriana deja a un niño en una canastita intergaláctica, sin una nota, pero con una joya, un prendedor de piedra verde y luminosa. Cuando el niño crece, desea ser una estrella de pop y ahí, en ese minuto, descubrimos que este niño aparentemente anónimo es Oscar Wilde, quien efectivamente con el tiempo se convertiría en la primera estrella pop de la historia (Oscar Wilde fue obsesivo, irreverente, elegante, absolutamente seductor y considerado uno de los mejores escritores de la historia británica. Pop, sin duda)
No sé si hay un tema estético relacionado o si Todd Haynes, el director de Velvet Goldmine, quería jugarnos una broma, pero me da la sensación de que todos estamos coincidiendo en lo mismo: cuando encontramos a alguien luminoso que es capaz de movernos el piso, sentimos que estamos enfrentándonos a alguien distinto, a alguien que viene de las estrellas. Todo eso que Haynes declaró en su película hace 18 años, nosotros lo vinimos a tomar un poco más en serio hace 15 días. Claro que nos hubiera gustado no tener que pasar por la partida de Bowie para poder entenderlo, pero bueno, nadie dijo que éste sería un parto fácil.
2. Todd Haynes: las cosas que hace, la música que escucha, y todo lo demás que pasa en Velvet Goldmine
Todd Haynes es un director que se ha relacionado con la música desde sus inicios. Con un puntapié inicial en su carrera a cargo del cortometraje “Superstar” de 1988, acerca de la historia de Karen Carpenter, y video clips realizados posteriormente, la música ha ido cruzando su trabajo como realizador, que deambula entre el cine más formal y el documental.
Velvet Goldmine resultó ser su primer éxito. Con un premio Oscar y un BAFTA por diseño de vestuario, Haynes nos incorpora en el mundo del Glam Rock setentero, con figuras tan emblemáticas como el ya mencionado David Bowie e Iggy Pop. Curiosamente fue Bowie quien se negó a que su figura fuese utilizada en el film pese a que el título hace referencia a una de sus canciones. Con esto obligó a Haynes a reformular la historia desde la ficción. Y honestamente, no pudo hacerle un mejor favor, porque a diferencia de “I´m not There”, en donde explora la vida de Bob Dylan, las licencias sobre la historia de sus personajes son amplias y permiten no sólo hablar de ellos, sino que además situarlos en el espacio que los rodea de manera libre y sin complejos.
“Esta es una obra de ficción. Sin embargo, debe escucharse a todo volumen” nos advierte el realizador desde el principio. No veremos una biopic y, salvo la semejanza de look, nada parece indicar que los personajes que aparecen existieron en la vida real; más no por esto, recalca Haynes, debemos mirar esta historia en menos o restarle seriedad. El filme se centra en el trabajo del periodista Arthur Stuart (Christian Bale) quien debe investigar la desaparición del cantante Brian Slade (Jonathan Rhys Meyers), príncipe del Glam, amado por todos, quien finge su muerte y al descubrirse su engaño, desaparece por 10 años.
En este tránsito, Arthur no podrá evitar hacer frente a su historia como adolescente. El periodista recuerda su descubrimiento identitario al ritmo del Glam, donde la sociedad se siente sacudida por jóvenes “coloridos y de purpurina”. Ese deambular es vivido por Arthur, pero también por Slade, quien se encuentra viviendo procesos similares al conocer al rebelde Curt Wild (Ewan McGregor), alrededor de quien se teje otra leyenda.
Haynes posee una estética que también pude ver en “I´m Not There”. Sus imágenes en este caso son confusas y oníricas, sin permitir saber si lo que expone es real o parte de la cabeza de sus protagonistas. En el caso de Velvet Goldmine todo tiene relación con las vivencias y el punto de vista de Arthur, quien va descubriendo su sexualidad mientras admira a Slade y Wild. Las historias se van conformando a través de la información que va recogiendo este personaje por lo que están teñidas de su imaginación, pero también cargadas de hechos y verdad. Al fin y al cabo, Arthur es un periodista y opera como tal durante toda la película.
Además del vestuario, la banda sonora de Velvet Goldmine es extraordinaria y es uno de los puntos que la convierten en mi joyita personal. La música está compuesta y reversionada por músicos como Thom Yorke, Johnny Greenwood, Brian Eno y miembros de bandas como Roxy Music, Placebo, Grant Lee Buffalo y Sonic Youth. Cada canción que se escucha se fusiona perfecto con la imagen y en ocasiones funciona como un video clip. Aquí es donde la habilidad de Haynes para interlocutar con la música se manifiesta de la mejor forma y con eso queda claro que la recomendación de “escucharla a todo volumen” debe cumplirse de principio a fin.
3. Concluyo
¿Dije que este texto tendría dos partes? ¡Mentí, lo siento, tiene tres! Esto es sólo para decir que a veces, con tanta sobreexposición a las imágenes, se nos olvida porqué vamos al cine. Tenemos acceso a pantallas todo el día, en todos los formatos posibles. Con un poco de ánimo, cualquiera toma su celular y captura fotos, momentos, videos, lo que sea. ¿Para qué vamos al cine, entonces? Cada uno tendrá su experiencia y no me dan ganas de filosofar acerca de eso (hay teoría escrita sobre aquello y no voy a inventar la pólvora), pero puedo decir que películas como Velvet Goldmine me hacen recordar de que se trata esto de entrar a la sala, tomar asiento y esperar a que el proyector se encienda. Conmoverme con historias que no he vivido pero que entiendo que están ahí, que forman parte del planeta donde vivo. Ahí está la gracia del cine y por eso declaro a Velvet Goldmine como una joya.
O una joyita, si se quiere.
Por Alepin
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