Los aros chinos son uno de los juegos de magia más antiguos que existen. El mago, con gran gestualidad y talento, logra verdaderos milagros al conseguir que círculos metálicos perfectos comiencen a mezclarse y unirse sin explicación aparente. Son anillos, sin fisuras ni grietas, que se cruzan para luego volver a su estado natural, es decir, separados. Pero ¿son realmente círculos perfectos? ¿O hay algo más allá de la magia que les permite unirse?
Emma, la protagonista de “Little Fish”, estaba triste el día en que conoció a Jude, pero no logra recordar por qué. Ella, en medio de una pandemia global en la que la población esta perdiendo sus recuerdos por una enfermedad parecida al alzhéimer, se aferra a su memoria a partir de su relación de pareja y de la escritura de un diario donde más que plasmar sus secretos, intenta mantener activa su cabeza. El objetivo no es otro que sentirse cuerda en medio de un mundo que se va desmoronando, mientras espera una solución al aterrador problema. Son dos personas, dos círculos cerrados que se cruzan como los aros chinos para apoyarse y mantener la fe en esos momentos de incertidumbre.
“Litle Fish” crea su narrativa sin grandes pompas ni escenas efectistas. Entendemos que el mundo se esta quebrando a partir de la intimidad de nuestros protagonistas y sus amigos. La historia crece en los pequeños detalles, como la perrera donde se amontonan animales que al pasar unos días son sacrificados, porque sus dueños jamás aparecerán a reclamarlos, o los amigos que luchan por ayudar a mantener la lucidez de sus cercanos ideando cualquier cosa para seguir junto a ellos. La batalla por mantenerse intentando o simplemente hacer la pérdida es desgarradora. Nadie es inmune a la pandemia y las historias que nuestros protagonistas ven a su alrededor, solo son un anticipo de lo que puede venir para ellos.
En una sociedad con este tipo de problema, cada persona se vuelve un círculo impenetrable. Un sitio sagrado donde nadie puede entrar a menos que lo abran voluntariamente, asumiendo el riesgo de que en cualquier momento deban volver a encerrarse o su cabeza simplemente decida bajar la persiana. El círculo de Emma, entrelazado con el de Jude, comienza a fracturarse cuando él muestra los primeros síntomas de la enfermedad. Allí empieza una carrera contra el tiempo, donde la esperanza de una cura choca con la realidad de nuestros protagonistas y en la que vemos que basta con olvidar un pequeño aspecto de nuestra vida para que el presente se vuelva completamente oscuro.
Y aquí es donde los aros chinos, como en el juego de magia, comienzan a separarse. Pese a los esfuerzos de Emma por mantener a Jude en su mundo, este poco comienza a perderse. La enfermedad opera de forma misteriosa y sin un patrón claro, lo que aporta mucha angustia al relato porque nunca sabemos en que momento la conexión entre nuestros protagonistas puede romperse por completo. En este punto, la exploración que la película hace sobre las relaciones humanas esta muy lograda. Esperanza, desolación, resignación e impotencia, son solo algunas de las emociones que encontramos en la pantalla. Todas expresadas a partir de detalles que parecen pequeños, pero que son muy significativos para la película y su desarrollo.
Chad Hartigan dirige “Little Fish” concentrándose en momentos específicos más que en el relato lineal. Pese a lo desolador del entorno, hay una habilidad para permitir que la historia no carezca de esperanza, contrastando el caos del mundo con la armonía de nuestros protagonistas. El color de la película también juega un rol, sus tonos pasteles nos hacen sentir que estamos en un otoño que solo anticipa la llegada del más crudo invierno, pero donde observamos maravillados como el árbol pierde sus colores y luego las hojas caen irremediablemente una tras otra.
¿Qué perdemos cuando olvidamos parte de nuestras vidas? “Little Fish” es inteligente en no intentar resolver esta pregunta. Los cimientos están puestos para discusiones más profundas sobre el impacto social o la forma en que nos organizaríamos para responder a una crisis de esta magnitud. Sin embargo, el foco siempre está puesto en la relación de nuestros protagonistas y en cómo intentan mantener el lazo que los une. El amor es la fuerza que los impulsa a mantener sus aros chinos unidos por el mayor tiempo posible.
En un mundo como el nuestro, donde nos estamos volviendo cada vez más individualistas (círculos cerrados) y donde cada día nos cuesta más invitar a otros a compartir nuestras vidas —curiosamente golpeados por una pandemia—, lo mejor de “Little Fish” es que nos obliga a pensar en cómo las relaciones pueden quebrarse por motivos completamente ajenos a nuestro control. Un mundo donde miramos con tristeza como los amigos de ayer se transforman en perfectos desconocidos el día de hoy. Allí es donde brilla esta película, en las pérdidas simples pero dolorosas que nos hacen sentir que todo esta fuera de control aún cuando nos obliguemos a creer que no es así.
Pero tal como los aros chinos, a veces círculos que se separan pueden volver a cruzarse. Al igual que en el juego, no será de la misma manera ni en el mismo orden, pero siempre pueden regresar a entrelazarse por obra del mago que maneja sus destinos. Porque el secreto de los aros chinos es que no son círculos perfectos, la gracia está en encontrar su fisura y hacer maravillas con eso. “Little Fish” encuentra esa fractura en sus personajes y logra crear un momento mágico, que vamos a recordar por un buen rato.
Por Keno Gallardo