Historias sobre mujeres alcanzando el éxito hemos tenido por miles, y desde todos los ángulos posibles. Esto en Hollywood tiene aroma a éxito, donde las fábulas sobre sacrificio personal alcanzan de alguna forma ribetes heroicos y son amadas por la audiencia. En el caso de esta película, al parecer, transitamos por la misma senda.

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En Joy (2015), nos enfrentamos a una típica historia de familia disfuncional que tanto le gustan al público gringo. Con una fórmula que ya habíamos visto antes en su aclamada Silver Linings Playbook (2012), el director David O. Russell vuelve a traer a pantalla al trinomio compuesto por Jennifer Lawrence, Bradley Cooper y Robert de Niro para ilustrar el proceso de Joy Mangano, una mujer que tras un matrimonio fallido, con dos hijos y toda su familia de origen a cuestas, trata de salir adelante haciendo uso de un talento que creía perdido: ella puede inventar cosas. Su invento resulta ser la práctica mopa retráctil, un artefacto para limpiar pisos, que en la actualidad ya se ha vuelto una herramienta conocida por todos.

Tratando de escapar del cliché que vincula este tipo de historias con el drama, Russell vuelve con la clave de comedia que le dio buenos resultados antes para exponer la historia y el ascenso de Joy. Sin embargo, esta vez hay algo que no cuaja, y no logra dar el ancho de la historia.

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No quiero que esto se malinterprete: las actuaciones siguen siendo correctas, Bradley Cooper es el mismo tipo que nos va a caer bien haga lo que haga y Robert de Niro hace lo que debe hacer, incluso un poco menos, pero a De Niro siempre le perdonaremos todo. Incluso Jennifer Lawrence se nota un poco más madura (digamos que ya no actúa sólo de Jennifer Lawrence o de Katniss Everdeen) y eso se agradece. Sin embargo, esta vez tenemos una historia que aparece forzadamente graciosa, conduciendo a que el espectador se confunda con el argumento.

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Con este vaivén entre el drama que constituye el difícil camino de Joy y lo graciosa que resulta su relación con su familia, la historia pierde peso, no logramos empatizar con la protagonista, no nos preocupan sus problemas y eso es bastante malo, si consideramos que toda la película nos habla acerca de ello. Algunos de los personajes aparecen apenas delineados, haciendo sentir que es mucha gente para tan poca historia y por lo mismo, el transcurso del filme se hace difícil de llevar, con detalles que no sabemos si son importantes o no. Por otro lado, se evidencia un esfuerzo del director por tratar de explicar la historia desde la crisis de Joy, en donde ella recuerda sus sueños infantiles y la falta de concreción de estos. Sin embargo, esta idea no llega a instalarse del todo, pasando a ser una anécdota sin mayor trascendencia. Una pena, porque es precisamente ese tipo de crisis el que en la vida real nos hace surgir y convertirnos en lo que estamos destinados a ser. En este caso, no se le sacó el lustre necesario.

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Pese a todos los escollos, la película tiene puntos altos, especialmente los interpretados por Elizabeth Röhm e Isabella Rossellini, quienes están formidables y salvan gran parte de las situaciones que se presentan. Mientras Elizabeth Röhm representa el papel de Peggy, la media hermana de Joy, amarga, irónica y concreta, constituyendo su piedra de tope, Isabella Rossellini representa a Trudy, una mujer italiana y adinerada que establece una relación con el papá de Joy, y le ayuda a implementar su negocio.

“Joy” es una película que llega a Chile con una importante batería de premios y una nominación al Oscar para Jeniffer Lawrence, la cuarta de su carrera. Por lo mismo, creo que las expectativas que genera son altas, y no logra cumplirlas a cabalidad. Es de esperar que su director se permita comenzar a refrescar la fórmula que le ha traído tanto éxito, de lo contrario, me temo que tendremos una larga condena de refritos de Silver Linings Playbook por un tiempo más, y no creo que haya espíritu que soporte tanto.

Por Alepin

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