Hell or High Water, Nada que Perder, Comanchería. Tres títulos para una película con una historia simple, llena de buenos momentos y muchas emociones, que trata de los hermanos Howard, Toby (Chris Pine) y Tanner (Ben Foster), quienes se reúnen para robar las sucursales del banco que los amenaza con quitarles el rancho de la familia.
En una empobrecida Texas, que mas parece estar viviendo en los años de la depresión, donde sus habitantes luchan por salvar lo poco y nada que les queda, con las calles inundadas de avisos de compra de deuda, oferta de préstamos y casas en ruinas, Toby está decidido a salvar su rancho para poder ayudar a su ex mujer y a sus dos hijos. Eso hará, a toda costa, pase lo que pase. No se detendrá ante nada y para eso tiene a su lado a su hermano ex convicto, a quién no le importa mucho nada, salvo disparar y matar gente.
La ley aparece de la mano de Marcus Hamilton (Jeff Bridges), un policía tejano a punto de retirarse, decidido a apresar a estos ladrones, también a toda costa y pase lo que pase. Hamilton, junto a su compañero mitad comanche, mitad mejicano Alberto Parker (Gil Birminham), sigue el camino de los hermanos intentando adivinar sus pasos, dispuesto a esperarlos horas y días si es necesario.
Hell or High Water además es una película de grandes actuaciones, nos muestra a un Jeff Bridges en un rol que parece hecho para él, nunca lo vimos más cómodo y más real que aquí, no es posible imaginarse que ese no sea realmente Marcus Hamilton. Con su pasividad para hablar, nos entrega los mejores momentos de humor con las bromas que le dice a su compañero de 20 años Alberto, por su mezcla de razas, con el amor por su trabajo y su compañero y su emoción contenida, demostrado sólo con expresiones de su rostro. Bridges, una vez más, nos regala una actuación memorable.
Ben Foster, no se queda lejos. Nos entrega un vaquero de esos que ya no se ven, Tanner no tiene mas motivación que el placer que le produce disparar e incluso matar y nos envuelve en su frenesí al punto de hacernos sus cómplices. Chris Pine, en su rol del personaje más centrado de la película, nos hace desear que le gane a la adversidad y que se salve de toda la locura que genera su seguidilla de asaltos y robos. Incluso Katy Mixon en su papel de la mesera Jenny Ann está perfecta, la apoyamos y aplaudimos su actitud.
Mención aparte y especial merecen la fotografía y la música. Ambas nos transportan a la decadencia y violencia del olvidado lejano Oeste, nos marcan el ritmo con el que debemos mantenernos durante el film, no más rápido, no más lento. El ritmo perfecto para que apreciemos la grandiosidad del paisaje y cómo los personajes se funden en él, ritmo con el que debemos seguir el desarrollo de los acontecimientos, para no quedarnos atrás y no adelantarnos a lo que viene.
Hell or High Water es un western moderno, que apela a nuestro sentido de justicia y equidad. Nos hace alinearnos con quienes nosotros creemos que son las víctimas, estén del lado de la ley o no. Aquí los forajidos no son los asaltantes. No. Los famosos “malos de la película” son los bancos, los poderosos. Esos que se mantienen ricos a pesar de la mala economía de un país, a pesar de los altos y bajos de un sistema que se ha visto debilitado y que ha dejado a millones en la pobreza. Un sistema que a veces convierte a buenas personas en forajidos, cuando los caminos se cierran y las posibilidades se acaban.