Dunkerque

A veces me cuesta hilar palabras. Palabras que puedan describir lo que sentí viendo una película que me pareció única. Única en su género y única en su especie. Una película que me enfrentó a dos de mis peores terrores y que me asfixió durante los 106 minutos que dura, pero que volvería a ver muchas veces sólo por el placer de sentir que estoy en presencia de algo grande y trascendente. Algo que no sólo no se da muy seguido, si no que además no debes dejar pasar jamás. Eso. Me refiero a Dunkerque.

Para ordenar mis ideas partiré diciendo que Dunkerque es la nueva entrega del director inglés Christopher Nolan, que está basada en un hecho real de la Segunda Guerra Mundial y en la que vuelve a visitar uno sus temas favoritos: las líneas del tiempo.

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La batalla de Dunkerque es conocida como la gran derrota de los aliados en la segunda Guerra Mundial, tanto así que el mero rescate de los soldados fue interpretado como una victoria, porque claro, la palabra derrota no estaba en el diccionario de Winston Churchill. La película tiene tres grandes historias centrales, cada una en distinto escenario: el aire, el mar y la tierra. La trama es eso: los esfuerzos de los soldados aliados para salir de la playa unido a los esfuerzos por aire y por mar que se hicieron para salvarlos de, en el mejor de los casos, ser tomados prisioneros por los nazis.

En Dunkerque no hay presentación de personajes, hay pocos diálogos, tenemos poco de donde aferrarnos y también poca información. Salvo al inicio, donde el director nos sitúa en tiempo y espacio. A partir de ahí seguimos las tres historias y muy pronto empezamos a sentir el peso de lo que Nolan nos quiere contar y de lo que también nos quiere hacer sentir.

En Dunkerque se da el caso de que la película es más grande que los personajes y que la historia. Y eso no es poco, porque es una tremenda historia con grandes personajes interpretados por un grupo de actores que están soberbios. Pero todo eso queda chico al lado del cuadro grandioso que tenemos delante de nuestros ojos. Cuando dije que me vi enfrentada a dos de mis mayores terrores, lo dije porque creí que me ahogaba y que moría en cada escena en el aire o en el mar. Nunca sentí tan vivamente la desesperación de estar suspendida en el aire ni la asfixia de estar en el medio del mar, ni siquiera cuando lo estuve de verdad.

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Y es que Dunkerque está hecha para impresionarte, filmada 100% para la pantalla Imax, sin efectos digitales, con cámaras en las alas de los aviones, con un score que te asfixia tanto como las imágenes y con secuencias de vuelos y del mar que no has visto jamás. Con una línea de tiempo que juega entre una historia y otra, con un realismo tal que parece que estuviéramos ahí, insertos en lo que está pasando y no siendo meros espectadores. Debo agregar que llama mucho la atención que, en una película sobre una batalla atroz de la segunda guerra mundial, no veamos ni una gota de sangre, ni intestinos ni cerebros explotando. Parece que se puede, parece que no es necesario ese festín sangriento que arman algunos directores. El mensaje se transmite aún mejor sin efectismos que nos distraigan de lo importante: la irracionalidad, la crueldad y, por sobre todo, el dolor de la guerra.

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Con esto Nolan nos pega una cachetada a todos los que alegamos y lo criticamos por sus eteeeernas Interestellar, Inception y las Batman, a todos los que empezamos a odiarlo después de Memento, cuando sentimos que había perdido la capacidad de síntesis y que además había decidido que tenía que explicarnos todo. Nos deja claro que también puede transmitir a los espectadores lo que quiere en menos tiempo y con menos palabras.

En todo caso ¡No pienses que ahora me gustan las películas que antes odié Christopher! Pero sí te puedo decir que te perdono por esos 773 minutos de mi vida que no recuperaré jamás. Porque así de maravillada salí del cine, dando gracias al universo por tener la oportunidad de presenciar una obra maestra de la era moderna y por sentir este amor por el séptimo arte que de tiempo en tiempo me hace tan feliz que me permite no querer cortarme las venas con tanta lesera que a veces me toca ver.

Director: Christopher Nolan

Guión: Christopher Nolan

Protagonistas: Fionn Whitehead, Damien Bonnard, Aneurin Barnard

Por Marisa Zúñiga